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Llengües

“LA REPRESENTACIÓN PSÍQUICA DE LA PIEL”. por María Elena Sammartino. Octubre 2006

octubre 2006

María Elena Sammartino
Psicóloga-Psicoanalísta
 

“Lo más profundo del hombre es la piel”

P. Valéry, La Pléiade

Poco se sabe de él y de su historia.

Nadie, sin embargo, ha dejado de verlo alguna vez.

Camina solo por la calle desierta. O por la calle en fiestas llena de murmullos bajo un sol que abruma. En la noche tibia o en la niebla fría de cualquier invierno de la gran ciudad.

Siempre el paso idéntico a sí mismo: no es lento, no es apresurado, ni es parecido a los otros pasos que un día tras otro forman una onda para no rozarlo.

¿Frágil? ¿Descolorido? ¿Ausente? Dónde encontrar una palabra que describa a este hombre solitario de silueta oculta tras el viejo abrigo que cubre siempre los hombros, el pecho, la espalda, las caderas y las piernas, prieto y protegido. Un olor ácido, antiguo, húmedo parece acompañarlo y envolverlo como un halo, mientras otra corona enmarca el rostro pensativo y la cabeza revuelta: largos cabellos entrecanos reunidos en una trenza ensebada de color indefinido.

Nada interrumpe la inmovilidad que sugiere su paso y su rostro incierto, salvo aquel temblor apenas perceptible que sacude su cuerpo, cuando una risa tibia y socarrona trepa por el pecho hasta iluminarle fugazmente las facciones y acabar en una carcajada breve y sorda.

Poco se sabe de él y de su historia.

Se habían terminado sus gestos espantados, su resistencia, sus golpes, sus heridas, cada vez que alguien intentaba despojarlo de sus ropas viejas, de su olor antiguo. Habíamos finalmente comprendido que esa era la piel que lo mantenía unido, aquel día en que pudo gritar su miedo a entrar en la bañera: nada hubiese podido evitar que todo él se escurriera como una cascada por el agujero oscuro hacia donde se deslizaba el agua.

CORAZAS

Desparramarse, deshacerse, esparcirse, caer sin fin, disolverse: así describen su angustia quienes no logran sentirse contenidos en su propia piel. Frente al horror a la disolución se levantan diques protectores construidos de materiales diversos. Algunos remedan concretamente la piel faltante, como el “viejo abrigo” del personaje que vaga por las calles, acompañado también por una envoltura sensorial, su “antiguo olor”, que cumple la doble función cutánea de preservar la unidad y establecer el contacto con los otros.

La construcción imaginaria de una piel que sustituye la piel psíquica faltante, suele utilizar recursos sensoriales diversos y, con frecuencia, es la palabra la que se utiliza prioritariamente como envoltura psíquica continente, y muy secundariamente como sostén de la comunicación. Así, una joven paciente mantenía su cohesión en base a la fantasía de encontrarse unida a mí en una comunión estrecha y sin fronteras, sostenida por una envoltura sonora. Ella hablaba en las sesiones sin interrupción, sin pausas ni cesura, en un discurso aparentemente reflexivo y profundo, pleno de interrogantes y certezas, de asociaciones sugerentes, de recuerdos perturbadores. Pero esta envoltura protectora se resquebrajaba al percibirse aquella señal que ponía en entredicho la ilusión de una piel contenedora que nos reunía. Allí emergía el cuerpo con su carga de sensaciones intolerables. Primero una intensa compresión, una placa pesada aplastando el pecho; luego el desborde angustiado, sin gritos ni llanto, una sensación abismal innombrable que sólo a posteriori construia imágenes comunicables: un terrón de azúcar que va diluyéndose en agua y penetrando poco a poco en las entrañas del diván hasta desaparecer.

Diversos autores han prestado especial atención a las formas que adoptan las envolturas psíquicas sustitutorias.

Bick, en 1968, habla de la formación de una segunda piel para describir los distintos recursos que permiten generar una ilusión de continente psíquico. Hace referencia a observaciones realizadas con bebés cuyas madres tenían dificultad para hacerse cargo de las ansiedades del niño y entraban con ellos en una espiral de angustia que culminaba en un estado de estremecimiento y desorganización del bebé, sin llantos ni rabietas.

Relaciona estas observaciones con cuadros presentados por pacientes adultos en sus sesiones. Temblores, confusión y parálisis solían emerger en aquellos que decían sentir “la piel muy delgada” para aludir a la falta de consistencia de esa piel psíquica que contiene la vida anímica. A través de sueños y asociaciones esos estados disolutorios remitían a una percepción de sí como un saco de patatas que se desparrama, como un orinarse… ¿Cómo mantenerse unidos? A través de una envoltura sonora que teje, con palabras incesantes y explicaciones para todo, una red continente y protectora. O a través de la construcción de una segunda piel, una piel muscular, sostenida en una intensa actividad física diaria que reemplaza el pensar por el hacer.

La envoltura sensorial que sustituye a la representación psíquica de la piel se transforma en verdadera coraza en el caso de los niños autistas. Ellos tejen una piel resistente y muy dura en base a las sensaciones que obtienen de objetos inanimados, los objetos autistas, y de otras envolturas sensoriales autogeneradas que excluyen el mundo de los seres vivos, las formas de sensación autistas. Estas envolturas sensoriales autogeneradas protegen del miedo a ser esparcido y ser disuelto (Tustin, 1989).

Los objetos autistas son objetos duros (un coche de juguete, p.ej.) que se aferran con fuerza y que son sentidos como parte del cuerpo propio del sujeto. Confieren una sensación de seguridad y dureza de tal forma que si desaparecen, el niño entra en pánico como si hubiese perdido una parte del propio cuerpo.

Las formas de sensación autista son torbellinos de sensaciones autogeneradas que anulan la conciencia de los sentimientos y de toda realidad amenazante. Contituyen una coraza dominada por sensaciones y son generadas por actividades táctiles como tocar, palpar o frotar; movimientos reiterados y a veces violentos tales como hamacarse a sí mismo, girar, realizar estereotipias con la mano o los dedos, movimientos rítmicos o desplazamientos repetidos con el conjunto del cuerpo. Objetos y formas de sensación ejercen una función hipnótica que desconectan la atención de cualquier realidad exterior y generan una sensación de cohesión corporal, siempre amenazada de desintegración y agujereamiento.

En sujetos adultos con núcleos autistas, esos torbellinos de sensaciones autogeneradas que restauran la ilusión de integridad y cohesión pueden derivar de sensaciones corporales tales como la hinchazón del vientre y los mareos, de la producción de estados vertiginosos (velocidad, consumo e ingesta sin freno), drogadicción o utilización de recursos ideacionales, que ocupan obsesivamente la conciencia, tales como la realización mental sistemática de cálculos matemáticos.

LA MADRE-PIEL

Es el espacio materno-paterno inconsciente la primera gran envoltura que ofrece al niño un lugar en la vida.

Es la mente de quien cumple la función materna el primer continente de las emociones del bebé.

Son las palabras de la madre, las caricias, los cuidados, el contacto con su cuerpo, su primera piel.

La lengua aporta un término muy significativo, duramadre, que transmite el sentido preconciente de la piel materna, como primera piel continente de la vida mental, ya que duramadre es la palabra de origen latino que nombra la envoltura fibrosa del encéfalo y la médula espinal, la membrana que rodea los centros nerviosos.

La mirada atenta de la madre, las emociones de su rostro reflejando los estados del niño, los cuidados corporales acompañados de canturreos y palabras significativas, el contacto con su pecho en la mamada: todo ello envuelve y protege la naciente vida psíquica del infante, confiriendo un marco de seguridad a la experiencia de percibir la piel como superficie y como límite.

La primera piel del niño es la madre-piel.

Es ella quien ofrece el contacto de sus manos y su pecho a la vez que asiste al pequeño actuando como para-excitación auxiliar (Freud, 1895), hasta que el Yo naciente pueda tejer su propia piel.

Didier Anzieu (1994) designa con el nombre de Yo-piel esa “figuración de la que el niño se sirve, en las fases precoces de su desarrollo, para representarse a sí mismo como Yo que contiene los contenidos psíquicos a partir de su experiencia de superficie del cuerpo” (Pág. 50-51). Los fallos en la construcción de la realidad fantasmática de Yo-piel, es decir, la representación de una envoltura perforable, conlleva el riesgo de despersonalización, asociada con angustias de vaciamiento (no de fragmentación), de derrame de la sustancia vital por los agujeros. La instauración del Yo-piel responde a la necesidad de una envoltura narcisística y se gesta en base a las experiencias de contacto del cuerpo del bebé con el cuerpo de la madre, en el contexto de una relación de contención e inclusión.

Anzieu interpreta la noción freudiana de apuntalamiento en un sentido amplio y considera, así, que “toda función psíquica se desarrolla apoyándose en una función corporal, cuyo funcionamiento transpone al plano mental” (pág. 107). Con este punto de partida, enriquecido por otros aportes teóricos, efectúa un paralelo entre las funciones de la piel y las del Yo-piel.

Al igual que la capa superficial de la epidermis protege su capa sensible, el Yo-piel actúa como barrera y como filtro de las agresiones e intrusiones externas, a la vez que recorta y marca el límite entre el afuera y el adentro.

La piel que recubre la superficie entera del cuerpo como un saco, genera la función continente del Yo-piel, que mantiene y conserva en su interior las huellas de las buenas experiencias de la lactancia, del contacto cuerpo a cuerpo con la madre, de las sensaciones producidas por las envolturas táctil y sonora.

La piel, finalmente, como asiento de uno de los sentidos, proporciona información y contacto; de la misma forma, el Yo-piel es un medio primario de comunicación con el prójimo y superficie de inscripción de las huellas que otros dejan.

PRIMERAS INSCRIPCIONES

En los primeros tiempos de la vida, una actividad equivalente a los procesos de metabolización orgánica dará origen al psiquismo infantil. Esa tarea elemental es la de representación de un mundo que se presenta al bebé como una continuidad indiferenciada entre su propio cuerpo y el espacio psíquico de las personas que lo rodean. Así, la primera representación que la psiquis se forma de sí misma, surgirá de un entrecruzamiento entre lo pulsional y lo relacional, autoinformando al bebé del saldo de un encuentro entre su cuerpo y el otro. Piera Aulagnier (1991) ha denominado pictograma a esa representación originaria que liga indisolublemente zona y objeto, autoinformando del afecto de placer o displacer que preside esa unión.

Cuando el bebé mama, inscribe el encuentro con la madre que lo alimenta con placer como una imagen en la que se fusiona el pecho con la boca, la piel de la madre con su propia piel. Pero la zona del cuerpo quedará afectada en sus funciones si en ese encuentro entre la madre y el niño predomina el displacer.

La boca a la que se une el pezón, el cuerpo que la madre observa, cuida y acaricia, son fuente de intensas emociones para ella, generan curiosidad, ternura y placer que se transmiten en el contacto de un cuerpo con el otro. Pero la madre puede estar ausente en su presencia. Y así ocurre cuando una pena la ocupa generando, a veces, un estado depresivo que no le impide la atención de las necesidades físicas del niño pero que mutila el placer, la alegría, la comunicación.

La ausencia del objeto materno o su continuada inadecuación -por exceso o por defecto- pueden conducir a una intensa frustración que acabe agotando la representación pictogramática, necesitada de un aporte sensorial continuo. La zona del cuerpo en la que recayó el daño se inscribe negativamente, como fuente de sufrimiento, e intenta destruir la representación de sí misma a través de una desinvestidura de la zona, que puede quedar registrada como un agujero.

Las envolturas y corazas sensoriales del autismo y otras patologías serían un intento de autoengendrar un fondo pictográfico de unión que obture los agujeros corporales y evite el pánico a la desintegración.

Las huellas somáticas arcaicas unidas al afecto que les dio origen estarán siempre presentes en el transfondo de las sucesivas retranscripciones efectuadas a lo largo del tiempo y ejercerán su influjo sobre los procesos posteriores de representación de un sujeto psíquico separado del otro, con un cuerpo propio, con una piel que recorte sus límites de los límites ajenos. Esa nueva etapa del mundo representacional también se verá mediatizada por el psiquismo materno y por los mensajes que emita en relación con el reconocimiento del niño como una realidad singular e independiente de sí.

Difícilmente se podrá construir una representación-piel individual, continente y protectora si la mirada materna no refleja ilusionada los contornos físicos, los perfiles afectivos del aquel niño, único en su singularidad, diferenciado de la representación imaginaria que precedió a su nacimiento.

LA CONSTRUCCIÓN DE UNA SUPERFICIE

La construcción de una superficie corporal inscripta en el psiquismo infantil es primordial y condición necesaria para el acceso a la imagen unificada del narcisismo y a la representación de un interior con volumen que sostenga fantasías de contener y ser contenido, de un adentro y un afuera.

El trabajo terapéutico con niños psicóticos es uno de los espacios privilegiados en los que se vuelve evidente la construcción de una superficie corporal protectora a través del juego, enmarcado en un vículo humanizante y seguro.

Un pequeño paciente autista comenzó a desprenderse de sus envolturas aberrantes hacia el quinto mes de tratamiento. La repetición incesante de canciones ecolálicas, estereotipias y manipulaciones autohipnóticas que me excluian, fue abriendo paso en sus sesiones a breves momentos de contacto a través del ritmo. Al mismo tiempo, los primeros esbozos de juego utilizando plastilina, rápidamente conducían a una destrucción total y violenta del material en partículas minúsculas, que inundaban completamente el suelo de la sala de sesiones. Con frecuencia se envolvía completamente a sí mismo en una pequeña alfombra, en un intento de restaurar su cohesión.

Tiempo después, comenzó a envolverme a mí junto con él en la pequeña alfombra, dejando fuera las cabezas, muy pegado a mi cuerpo, con una expresión de alegría y satisfacción que acompañaba con gorgoritos y laleos. Una piel naciente nos reunía a ambos. Durante aquel período, alternaba esta actividad con otras que solían incluir momentos en los que con gran violencia marcaba todo su cuerpo con la punta de los rotuladores o se arrancaba las pequeñas membranas que comenzaban a recubrir cualquier herida, produciéndose sangre. Estas expresiones del agujereamiento corporal llevaban rápidamente al límite de lo soportable y al retorno tranquilizador de las envolturas sensoriales autoengendradas y la más absoluta desconexión del mundo.

El primer dibujo con un volumen sostenido en un contorno, se repitió a lo largo de muchos meses: se trataba de una “piscina” (inicios del lenguaje), es decir, un contorno cerrado rectangular con el interior pintado de azul claro. Siempre, al finalizar el dibujo, apretaba largamente la punta de un rotulador en un ángulo de la piscina, hasta que se producía un agujero oscuro que lo obligaba a levantarse de la silla y huir. Era evidente que representaba su pánico a desaparecer a través del agujero, de la misma forma que en otros momentos la plastilina esparcida daba cuenta de su sensación de ser esparcido.

La finalización del largo período en que cotidianamente envolvía nuestros cuerpos, trajo aparejada otra actividad: embadurnar con pegamento las paredes del despacho y a veces, pegar papeles en ellas. Mimetizado con el entorno material, el pequeño continuaba en la compleja tarea de construir superficies. Las paredes-cuerpo iban siendo recorridas, reconocidas y edificadas como un collage que todavía no diferenciaba su piel de la mía ya que ambos estábamos envueltos en la misma red.

La aparición en el lenguaje del “si” y el “no” con sentido, señal de la emergencia de los esbozos de un sujeto individual, fue acompañada en el tiempo por un hecho singular: dedicó una sesión a untar con pegamento gran parte de la superficie de todo su cuerpo. Una piel entera, continente, segura y personal comenzaba a inscribirse gozosamente en la psiquis de este pequeño post-autista que al cabo de unos meses pudo finalmente dibujar, titubeante, la primera imagen reconocible de un niño.

Bibliografía

Anzieu, D., El Yo-piel, Madrid: ed. Biblioteca Nueva, 1994

Aulagnier, P., La violencia de la interpretación, Bs.As: ed. Amorrortu, 1991

Bick, E., La experiencia de la piel en las relaciones de objeto tempranas, Revista de

Psicoanálisis, ed. por la Asoc. Psicoanalítica Argentina, 1970:1

Freud, S., Proyecto de psicología (1950 [1895]), Bs.As.: ed. Amorrortu, 1982

Hornstein, L.; Aulagnier, P. y otros, Cuerpo, historia, interpretación, Bs.As.: ed. Paidós, 1991

Rodulfo, R., El niño y el significante, Bs.As.: ed. Paidós, 1990

Stoloff, J.C., Les pathologies de l’identification, París: ed. Dunod

Tustin, F., Barreras autistas en pacientes neuróticos, Bs.As.: ed Amorrortu, 1989

Nota: Artículo publicado en la Revista TRES AL CUARTO, Actualidad, Psicoanálisis y Cultura, Barcelona, tercer semestre 1999