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Bubito: objeto transicional en el tratamiento de un niño. Magda Blanch Cañellas

Mayo 2020
Artículos generales

Bubito: objeto transicional en el tratamiento de un niño.

Magda Blanch Cañellas

 

(La elaboración teórica de esta comunicación ha sido fruto del Grupo de Estudios Teórico-Clínico formado por Mª José García, Pilar González, Eulàlia Mas, Mariona Solé y Magda Blanch)

Expondré el trabajo terapéutico con un niño que llamaré Ferràn, en el que la introducción de un objeto transicional posibilitó un giro en la relación transferencial. Con él transitamos desde lo regresivo, saliendo del retraimiento auto-erótico, hasta lo edípico, pasando, asimismo, de una relación persecutoria a poder establecer un vínculo de confianza afectiva, que permitió la circulación de los distintos estados emocionales.

Dicho objeto transicional fue propuesto por mí después de unos meses de iniciado el tratamiento. Trabajábamos con caja de juego, en la que no había ningún objeto blando. El juego de Ferràn era repetitivo: alineaba personajes en el borde del diván, atropellados por coches a gran velocidad, y construía torres, destruidas por aviones que chocaban contra ellas.

Ferràn parecía un pequeño adulto, por su tono corporal rígido, la expresión seria y distante, y no permitía que me acercara. Cuando dibujaba o jugaba y yo le hablaba directamente, o a través de títeres y muñecos de su caja, paraba y después seguía. Yo sentía que no se producía prácticamente ningún intercambio.

En los primeros meses de tratamiento, empezó a alternar estos juegos con actitudes regresivas: se quitaba los zapatos y se tumbaba en el diván, mostrando así el bebé frágil que era. Mis palabras, con las que intentaba dar significado a sus movimientos, parecía que no producían efecto.

Tras varias sesiones, repitiendo la misma secuencia, se afianzaba mi percepción de su posición regresiva. En una ocasión le pregunté si le gustaría tener un peluche, me dijo que si; le di un osito. Lo tomó, lo miró sonriente, y con una expresión facial y tono de voz vivaz, empezó a hablar de los peluches que tenía en su habitación. Le pregunté si quería ponerle un nombre, y le llamó Bubito.

Bubito pudo ser aceptado por Ferràn cuando empezó a sentirse en confianza transferencial para mostrar sus aspectos regresivos.

 

HISTORIA CLÍNICA. PRIMERAS ENTREVISTAS.

Ferràn tenía 6 años cuando consultaron, y tiene una hermana 2 años menor.

Coincidiendo con el embarazo de la mamá, mostró dificultades significativas: a veces no respondía cuando se le hablaba, hablaba poco, aunque se hacía entender, comía poco y le costaba masticar. Fue atendido por diferentes logopedas.

El padre se mostraba cansado por las consultas pero reconocía que su hijo necesitaba ayuda. Veía aspectos saludables en Ferràn, dijo: “evoluciona y aprende, aunque a veces chupa objetos, y no le gustan las cosas propias de niños, como los pasteles; dudo de por qué sigue teniendo dificultades, siempre quiere ser el mejor, hace pataletas cuando pierde o no hace algo bien”.

La madre lo veía un poco torpe, pensaba que quizás era por los problemas visuales, pues a los dos años (coincidiendo con el embarazo de la hermana) aparecieron problemas de estrabismo e hipermetropía, y le costó adaptarse a las gafas, las tiraba. Está pendiente de ser operado; él decía que le iban a “clavar un cuchillo”, pero no parecía asustado ni angustiado.

Ferràn no podía expresar sus sentimientos. En una ocasión, por cuestiones de trabajo, la mamá se ausentó unos días. Al despedirse, observó que Ferràn se ponía triste, le caían lágrimas. Al decírselo, Ferràn respondió que le había entrado algo en el ojo.

La mamá contó que su hija es muy segura. Ferrán no la aceptaba, la apartaba. Ella se preocupaba, porque le recordaba la relación con su hermano mayor. Este no la aceptaba a pesar de que ella hacía todo lo que podía para complacerle. El tío materno es el padrino de Ferràn, que también tuvo problemas de habla, tartamudeaba.

La madre hablaba de sus angustias, de mamá primeriza, como posible explicación a las dificultades con su hijo. Tomó un año de excedencia laboral con cada uno de sus hijos, para cuidarlos. Dijo de Ferràn que casi nunca lloraba, ni cuando lo dejaba en la guardería. Le preocupaba la angustia que manifestaba su hijo cuando en la escuela tenía que hacer actividades grupales: por ejemplo, al cantar en la fiesta de Navidad se mostraba serio y con mirada de sufrimiento.

Tanto el padre como la madre captaban aspectos de retraimiento en relación con el mundo externo, y aspectos regresivos en la familia. En términos “winnicottianos”, hablaríamos de aspectos que describen un niño con una organización psíquica de falso self, rigidez, y disociación afectiva.

En las primeras entrevistas percibí a los padres muy tensos corporalmente. Cuando consultaron, ella ya había planteado la separación, pero decidieron tomarse un tiempo. A los 3 meses de inicio del tratamiento se separaron.

Desde hacia tiempo, ella se sentía desilusionada y sola ante la queja del marido por las dificultades de la vida; él trabajaba y estudiaba, y a veces los cuidados de los niños le sobrepasaban.

La mamá dijo: “ante las dificultades, él se desmoraliza, y yo busco ayuda”.

El padre se mostraba dolido y resentido con su esposa, culpabilizándola de que esta decisión podía perjudicar a Ferràn, aunque pensaba que su hija podría asumirlo mejor. No obstante aceptaron tener entrevistas juntos para ver cómo tratar con sus hijos la separación, y cómo cuidarlos.

En algún momento, a la madre se le enturbiaban los ojos, pero rápidamente preguntaba qué decirles a los niños. Se tranquilizaba diciendo “no passa res”. Era una forma de racionalización para no deprimirse o desorganizarse.

Al hablar de sus angustias de mamá primeriza, fue mostrando angustias más profundas, y sentimientos de soledad, ante el cuidado de su primer hijo.

El primer encuentro con Ferràn me produjo un fuerte impacto: me saludó como una persona mayor, me dio la mano, entró, se sentó y se quedó con la mirada fija. Le propuse dibujar. Las verbalizaciones fueron:

 

Dibujo nº1.- “Un bosque, pasa un avión. El pájaro está volando hacía arriba, quiere decir hola a su papá, vigilará el nido de sus hermanos pequeños. La mamá está en el bosque cazando para dar de comer a los pequeños.

“Conejo: come zanahorias. Tiene familia, pero quiere comer solo, el papá y la mamá están en el agujero debajo el suelo.”

“Ciervo: está saltando, el pájaro dice ¡cuidado!, porque el ciervo salta hacia el conejo, le puede chafar un poquito.”

“Conejo: si el conejo no hace caso lo pisará, si hace caso, no lo pisará, y marchará y se apartará para que pase. Dirá “perdón, quería saltar”.

“Avión-sol: ¡cuidado! el sol te puede quemar, porqué el sol quema un poquito, quema mucho y los rayos pueden quemar el avión.”

“Águila: Quiere comer los pájaros pequeños. El papá luchará con el águila a ver quien gana, no saben quien gana, pero el papá pájaro mata.”

Dice que le gustaría ser el ciervo, porque tiene cuernos.

Cuando le propongo dibujar una familia, me dice que aún no sabe qué es ésto. “Sé qué es una familia, una casa y un árbol, pero aún no lo sé”.

Al preguntarle sobre los distintos personajes del dibujo, describió las relaciones entre ellos como muy destructivas y persecutorias, aniquilantes y devoradoras. Los personajes, para defenderse, se quedaban solos, se aislaban. ¿De qué y de quién se defendía Ferràn?

Me remito a Winnicott (1965) como referente teórico. Dice que estos tipos de vínculos surgen cuando la relación madre-ambiente no es suficiente para posibilitar la emergencia del verdadero self. La destructividad y las vivencias persecutorias son manifestaciones de la “desazón” ante la dificultad vincular.

Ferràn era identificado por la madre con su hermano mayor, que tartamudeaba, siempre estaba insatisfecho pese a sus esfuerzos por complacerlo.

Ella se identificaba con su hija en la relación de ésta con Ferràn: la niña también hacía para que su hermano estuviera contento y no se enfadara.

Para el padre, Ferràn también era objeto de proyecciones e identificaciones:

  • A medida que avanzaron las entrevistas y hablábamos de los sentimientos y conflictos de Ferràn, dijo que le recordaba mucho a él cuando era pequeño, que era tímido y se sentía mal cuando perdía.
  • Ante los sentimientos de culpa por las dificultades de su hijo, creía que lo tenía que estimular con múltiples actividades. Creía que “hacer” lo tranquilizaba, era un intento de normalizar a su hijo. Le costaba dar lugar a su hija. El padre tiene una hermana 8 años. menor.
  • En el proceso de separación colocaba a Ferràn como elemento culpabilizante para su mujer, insistiendo en que éso significaría una regresión importante para el niño. Identificaba así las dificultades de su hijo con las suyas para elaborar la separación.
  • El padre, a pesar de la separación de la pareja, no dejó de estar presente, se ocupaba de los hijos con frecuencia y asiduidad. También ofrecía otro tipo de aspectos identificatorios a Ferràn, como su inquietud por seguir estudiando, remarcaba los aspectos saludables de su hijo y buscaba compartir actividades con él.

 

Winnicott (1965) trabaja los afectos y efectos creadores del verdadero y falso-self:

“El verdadero-self sólo adquiere un mínimo de realidad como resultado del éxito repetido de la madre en dar satisfacción al gesto espontáneo o a la alucinación sensorial del infante”.

Cuando la madre se identifica con el bebé, ella sabe como sostenerlo, y él siente que existe como tal.

Winnicott (1965) plantea el falso-self, como estructuración defensiva, preservador del verdadero self: Cuando la madre-ambiente no puede sostener, contener suficientemente y dar respuesta a las necesidades emocionales del bebé, si además el hijo es identificado a personajes significativos de la historia de los padres, y éstos fallan al dar significación al gesto espontáneo de la criatura -por dificultades de simbolización, angustia, soledad-, siendo el gesto del bebé reemplazado por el gesto de la madre, entonces el infante se organizará como un ser “sumiso” (etapa más temprana del falso-self).

Así pues, la racionalización y las proyecciones identificatorias de los padres son vividas por Ferràn como intrusiones de las que defenderse, pero paradójicamente son objeto de identificación.

Cuando Christopher Bollas (1987) habla de las personalidades normóticas nos dice que “rehusar la respuesta al elemento creador en el hijo equivale en cierto sentido a una alucinación negativa, porque partes importantes de la personalidad del niño pasan inadvertidas”.

 Entonces las palabras no tienen efecto simbolizante, creadoras de representaciones subjetivizantes, sino que son palabras vividas persecutoriamente. Entonces prima el saber disociado ante el sentir.

Tanto el relato del primer dibujo de Ferràn, como los juegos repetitivos de los primeros meses de tratamiento, dan cuenta de ello. Los aviones chocaban con las torres y éstas se derrumbaban, los personajes uno al lado de otro, no se interrelacionaban entre sí para defenderse de los coches que arremetían contra ellos, y los hacían caer por el precipicio.

Asimismo mis intervenciones eran como un paréntesis sin contenido. Aparentemente escuchaba, pero su tono corporal, mirada fija a otro punto, transmitían su sensación de encerramiento.

 

TRATAMIENTO

Expondré básicamente los recursos técnicos que usé: “objeto transicional”, y “juego del garabato”, los cuales posibilitaron el trabajo terapéutico. No desarrollaré otros aspectos afectivos que se elaboraron a partir de ellos y con los que Ferràn produjo un rico material: la exclusión y rivalidad con la hermana y compañeros, el sentimiento de sí mismo en el grupo, el reconocimiento de sus aspectos de dependencia, la separación de los padres y las identificaciones secundarias del pasaje edípico.

Con el objeto transicional (Bubito) trabajamos básicamente las identificaciones primarias, generadoras en Ferràn del falso self, posibilitando que emergiera el verdadero self. Con los dibujos que surgieron del juego del garabato dimos significación a su retraimiento.

El tratamiento duró aproximadamente 4 años. Después del primer año decidieron interrumpirlo 3 meses, para reforzar el tratamiento logopédico.

Reiniciado el tratamiento, después de dos sesiones, la mamá me relató que encontró a Ferràn en su habitación junto a la ventana abierta, con el cuerpo desnudo y la mirada fija hacia el exterior. La mamá tuvo que zarandearlo para que reaccionara. Los dos lloraron, Ferràn le dijo que era malo y que no se merecía estar en aquella casa, que él tenía la culpa de todo.

De nuevo sentí un fuerte impacto emocional, que me hizo pensar en la “desazón” que Ferràn podía sentir, manifestación de un monto excesivo de angustia y culpa.

Me planteé las siguientes hipótesis:

            ¿Se identificaba Ferràn con los aspectos depresivos del papá? ¿Se identificaba con el lugar del papá malo que no podía vivir en casa?

            Si se situaba en el lugar de hijo, ¿se sentía culpable por la separación de los padres?

            ¿Temía volver a perder el vínculo conmigo otra vez?

Incorporé a Bubito en una sesión en la que Ferràn, como en otras, pasaba del retraimiento a la regresión y viceversa. No nos movíamos en el registro de la resistencia, sino que yo lo entendía como reticencia a todo contacto, vivido por Ferrán como peligroso para su verdadero self.

Winnicott (1965) habla de la “desconfianza básica” cuando se vive el vínculo de forma intrusiva.

En la relación transferencial, mi preocupación esencial, era cómo abrir un canal de comunicación, con los aspectos más profundos de su self, creadora de una verdadera relación de intercambio. Pensé en introducir un objeto blando.

Cuando lo recibió, su expresión cambió, se incorporó y sonriendo, dijo que le gustaba. Le propuse si quería ponerle un nombre, lo aceptó. Enfatizó el cambio de su expresividad, ya que hasta entonces su expresión habitual era seria y rígida, incluso cuando sonreía.

Él me preguntó qué nombre le pondría yo, pero pensé que era muy importante ayudarlo a que él lo escogiera. Lo llamó “Bubito” (dibujo nº2).

Me parece necesario mencionar tanto la función terapéutica de Bubito, como las significaciones que le dio al nombre en dos momentos distintos del tratamiento.

A los pocos meses, Ferràn se preguntó por qué le había llamado así, y asoció: “Bubuto, Bebito, Babita, Turbito, Barbita, Bota, Boca”, y fue en éste último en el que puso énfasis.

Un tiempo después, se dio cuenta de que Bubito estaba muy sucio, lo lavó y percibió que le había borrado la boca y dijo: “se la voy a dibujar, porque si no tiene boca, no nos podrá ayudar”.

Más adelante volvió a interrogarse sobre el nombre, y asoció “bufó” (guapo). Le recordó que de pequeño las amigas de la abuela materna le decían: “ets un nen molt bufó”. Recordó también que el tío materno le había regalado un oso al que llamó Bubo.

Esos dos momentos del tratamiento dan cuenta de cómo pasó de la relación de objeto parcial oral (boca), zona libidinal -en la que Ferràn, en el proceso de subjetivización, organizó sus primeros síntomas (dificultades en la alimentación y en el habla), a la percepción de objeto total, significante narcisístico, asociado a la abuela y al tío materno.

En un principio, yo le recordaba la presencia de Bubito, diciéndole que le esperaba; él lo sacaba de la caja y lo saludaba.

Al darle yo vida a Bubito, éste adquirió la función de “objeto trasformacional”. Los contenidos de mis mensajes a través de Bubito, fueron cambiando. Primero eran preguntas de acercamiento, después posibles contenidos afectivos. Trataba así de abrir un espacio vincular no intrusivo.

Le pedía a Bubito si quería transmitirle a Ferràn tal o cual mensaje. Era sorprendente como cogía a Bubito, se lo acercaba a la oreja, haciendo como si le hablara, luego él también le hablaba a la oreja, y me lo acercaba repitiendo el mensaje.

Golse y Bursztejn (1992) plantean que los obstáculos en la adquisición del lenguaje, muestran “las dificultades de la madre para crear un área transicional entre ella y su hijo, lo cual obstaculiza la instauración del lenguaje como fenómeno transicional, situándose en el espacio de ilusión interindividual”. Coincide con Winnicott, quien dice que la formación del símbolo surge cuando la actividad sensorial une al infante y al objeto. Cuando la madre, como hemos visto, no puede prestarse suficientemente, entonces, aparecen dificultades en el surgimiento del lenguaje.

Bollas (1987, citado tambien en Levin de Said (2004) define el “objeto transicional” como el heredero del “objeto trasformacional”. La relación de objeto trasformacional la define como “una identificación perceptual del objeto con su función”. Dicha función tiene que ver con un cierto “talante” de la madre que “trasmite al hijo una estética de vivir previa a la internalizacion de los mensajes verbales, y ésto constituye lo sabido no pensado que forma parte del inconsciente no reprimido. La madre es más identificable como proceso, que como objeto”.

Bollas (1987) se refiere a “la capacidad trasformacional materna positiva”, cuando la madre se identifica a las necesidades ligadas a los contenidos emocionales del hijo; cuando es capaz de poner en juego un proceso de trasformación, metabolización de la angustia, mal estar, etc. de su hijo; a la vez, el niño tanto se identifica con dicho talante materno, como identifica a la madre en tanto objeto trasformador de su existir, trasformador de su mundo.

La madre tiene que ser capaz de establecer una relación simbiótica con su bebé, pero paradójicamente, sentir que ella no es el bebé, sino que hace por y para él. También tiene que ser capaz de percibir y trasformar los mensajes corporales de su hijo, estados somáticos y necesidades, no solo a través de las palabras sino también en la manera de sostenerlo en sus brazos.

La función transformacional posibilita el proceso de integración del self.

Cuando la madre, por su estado emocional angustioso y por identificación del hijo con objetos internos propios, pone en juego la “capacidad trasformacional negativa”, genera el falso self como defensa.

Durante un tiempo Ferràn ejerció un fuerte control sobre mis intervenciones. Por ejemplo, dibujó y pintamos unos coches de carreras con los cuales después jugaba a competiciones, en las que Bubito con su papá eran espectadores. Cuando yo trataba de acercarme con algún comentario, ya fuera a través de Bubito o directamente a Ferràn, hacía como si no me oyera. Conseguí hacerme presente haciendo el personaje de periodista, entonces me dijo que esperara hasta el final de la carrera para entrevistarlos. Las entrevistas duraban poco tiempo, Ferràn las interrumpía diciendo: “bueno, ya está, se tienen que ir”.

En una sesión posterior mostró un cambio significativo: Los familiares de la mujer de Bubito vinieron a visitarlo, y yo quería saludarlos, pues cuando Bubito se casó fui invitada a la boda, y me los presentó. Cuando intentaba acercarme a ellos, él hacía como si se “escurrieran”, evitando el contacto. Yo, con un tono de voz distendido, y refunfuñón, le dije que quería saludarlos, saber cómo estaban, etc.; él, riéndose, con sentido del humor, dijo: “vale, te doy un minuto”.

Bubito fue pasando de “objeto trasformacional” a “objeto transicional”, a medida que Ferràn y no sólo yo, era quien lo hacía presente, dándole vida propia. Construyó su historia: hacía cosas con su papá, se casó, tuvo varios trabajos, fue abuelo. Poco a poco su función ya no fue necesaria; en una sesión dijo: “ya no lo necesitamos, ahora tu y yo ya podemos hablar”.

En otra sesión le pregunté que haría Bubito sin nosotros, y respondió: “no te preocupes, tiene a Irene (su mujer)”.

Tanto en la sesión que fui invitada a la boda de Bubito como en esta ultima, Ferràn mostró un cambio en la relación transferencial. Aunque controlaba mi presencia, me dió un lugar, no de intrusa sino de invitada. A la vez, sus respuestas con sentido del humor daban cuenta de su espontaneidad en el contacto.

Asimismo, desplegaba sus juegos creativamente, yo sentía que me tenía presente. Podía aceptar con entusiasmo alguna propuesta mía, como el “juego del garabato”.

Para finalizar presentaré dos significativos dibujos que surgieron del “juego del garabato”, que dan cuenta del proceso terapéutico.

 

Dibujo nº3. Gato dice: “¡Oh, qué bien, no me gusta estar allá dentro de la barriga, porque hay muchos leoncitos y quería aire fresco! Hay muchas cosas desconocidas, ¿qué comeré?”. Representa la salida del vientre materno claustrofóbico, el reconocimiento de sus aspectos dependientes, su preocupación y miedos a lo desconocido (sentimientos muy alejados de la “desazón” que Ferràn expresó en la escena de la ventana).

Dibujo nº4. Pato: “El pájaro que quería ir (al sol) a la luna. Una vez un pájaro, cada noche estaba mirando a la luna, pensando: ¡me gustaría tanto ir a la luna! Y tuvo muchas ideas, pero todas no salían bien, no salían como él quería. Como era de noche, se le apareció un hada pájaro y le dijo que podía pedir tres deseos, y el pato dijo:

1.- que lo llevase a la luna

2.- que pudiera pisar la luna

3.- y después volver a la tierra.

Quería ver como era la luna y pisarla.” El pato se llamaba Luca, y era una hembra de 5 años.

El relato de este dibujo posibilitó trabajar sus momentos de disociación, presentes en las primeras etapas del tratamiento, momentos defensivos ante la vivencia persecutoria e intrusiva del contacto con el otro.

La salida del claustro materno dio lugar al vínculo con la figura del hada, que sostuvo y posibilitó la curiosidad, la tolerancia a la frustración y el despliegue de la fantasía (como el juego de ir y volver de la luna).

Además, ambos dibujos también mostraban otros contenidos identificatorios: pasaba de lo materno a lo paterno (el cuerpo de la mamá gata, luego fue circuito de carreras, el pato paso a ser hembra) contenidos afectivos propios del espacio transicional.

 

Bibliografía

Bollas C. (1987). Las sombras del objeto. Psicoanálisis de lo sabido no pensado. Buenos Aires. Amorrortu ed. 1997.

Golse B y Bursztejn C. (1992). Pensar, hablar, representar. El emerger del lenguaje. Barcelona, Ed. Masson. 1992.

Levin de Daid A.D. (2004). El sostén del ser. Las contribuciones de Donald W. Winnicott y Piera Aulagnier. Buenos Aires. Ed. Paidós 2004.

Winnicott D.W. (1965) El proceso de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires. Ed. Paidós 2002.

Winnicott D.W. (1989) Exploraciones psicoanalíticas II. Buenos Aires. Ed. Paidós (1991)